martes, 29 de noviembre de 2011

Los principios del Ingenuismo

En mi artículo sobre las Tres Españas hablé del liberalismo y del marxismo como errores doctrinales y lo di por supuesto para continuar con la exposición. Sin embargo, creo que es necesario detenerse sobre este particular.

Antes de nada voy a esclarecer la visión católica sobre ciertas doctrinas, por ser éste el punto de partida y para no dejar nada al azar. Según esta cosmovisión, el mal tiene su origen en la libertad del hombre, que era esencialmente bueno pero tenía capacidad de elegir, y fue a causa de un acto de rebeldía frente a Dios, es decir, de un alejamiento del Bien supremo, por lo que el primer hombre introdujo el mal en sí mismo. Este primer hombre no era sólo un hombre, sino que era, en cierto sentido, toda la humanidad. Guardaba en sí mismo toda la sustancia de la humanidad, por lo que este primer acto de rebeldía es compartido por toda ella. Es por este motivo por el cual el resto de seres humanos, todos los que estamos hoy aquí y los que nos precedieron, compartimos esa inclinación al mal, pese a ser esencialmente buenos: todos formábamos parte de esa sustancia, de la humanidad contenida en un sólo hombre, cuando eligió el mal, y por eso arrastramos sus consecuencias.


Partiendo de esta teoría es fácil sacar sus derivaciones: todo ser humano es bueno, pero tiende al mal, y es capaz de elegir entre esas dos tendencias, su esencia o el accidente. Por lo tanto, todo hombre es responsable de sus actos y tiene obligación de controlarlos. Además, el compartir la misma esencia, la misma sustancia, que el resto de la humanidad, por el mero hecho de serlo (no por cercanía, por raza o afinidad), nos convierte en hermanos de todos nuestros congéneres y da a la solidaridad un sentido pleno y realizable.

Tal es la base fundamental sobre las que se construyen las sociedades católicas, y tal es, con imperfecciones, el principio que tienen en cuenta a la hora de ordenarse, administrarse y gobernarse.

Sin embargo, tanto el Liberalismo como el Marxismo sostienen que el pecado original, aquel alejamiento del hombre del Bien, no tuvo lugar y que, por tanto, el ser humano es esencialmente bueno y no guarda rastro de mal en él. De esta premisa contra natura y contra la experiencia sensible se derivan el resto de errores de estas dos cosmovisiones.

Pero si el hombre no es malo en sí mismo, hay que explicar la presencia del mal en el mundo. Los padres del liberalismo lo solucionaron afirmando que el mal se encuentra en las instituciones humanas, y por lo tanto, basta con cambiar dichas instituciones para eliminarlo y establecer el paraíso en la tierra. En cambio las corrientes marxistas optaron por situar el mal en las estructuras sociales y afirmaron, análogamente, que bastaba con sustituirlas para erradicar cualquier rastro de mal. A esta postura -que el mal no es incidental en el hombre y que se encuentra en las instituciones o en las estructuras sociales, es decir, que está en la humanidad pero no en el ser humano- la llamaremos, por comodidad, ingenuismo.

A falta de algún otro término y en vista de la necesidad de tratarlos en conjunto, encuentro ingenuismo adecuado por dos motivos: ingenuo era, en la Roma clásica, aquel ciudadano que había nacido libre y que no había sido nunca esclavo, lo que guarda mucha cercanía con la tesis del hombre nacido libre sin la "esclavitud" del mal y, en cierto sentido, se define a sí misma. En segundo lugar, en el sentido de la palabra y en sintonía con su significado original (el ingenuismo es una corriente artística naif caracterizada por la sencillez) se refleja adecuadamente el estado mental necesario para sostener que el ser humano, por sí mismo, no puede ser malvado.

Continuemos. Según su explicación, el mal se soluciona cambiando las instituciones o las estructuras sociales: aplicado el cambio, se encuentran con que el mal, efectivamente, no se ha esfumado, sigue firmemente arraigado en la sociedad. Tras los cambios producidos sigue habiendo hombres que actúan mal: el paraíso no ha llegado y las injusticias continúan, y el nuevo sistema filosófico y moral tiene que enfrentarse a un nuevo desafío: si el hombre ya ha sido, teóricamente, purgado de su mal ¿Cómo es posible que siga habiendo hombres corruptos, prevaricadores o asesinos? ¿Cómo es posible que siga habiendo hombres malvados?

La solución a la imposibilidad hombre malvado es la negación: el hombre malo o no es hombre o no es malo. Si no es malvado ¿Por qué se comporta así? Por las circunstancias que le envuelven: las instituciones -familia, escuela, barrio, municipio- o estructuras -proletariado, clero, burguesía- son la fuente del mal y le han corrompido, pero él, en esencia, es bueno y sólo bueno. Pero ¿y si no es hombre, entonces, qué es? Un sujeto sin derechos, ajeno a la humanidad, extraño y que puede -y debe- ser eliminado. Tal es la solución de terribles consecuencias a la contradicción ingenuista. Tanto los marxistas como los liberales se han inclinado por las dos soluciones, aunque haya una tendencia liberal a la primera y marxista a la segunda. Las consecuencias de estas conclusiones tienen un alcance importantísimo dentro de las sociedades ingenuistas, desde la legislación hasta las costumbres, pasando por la política internacional o la religiosidad.

Otro error del ingenuismo que acaba siendo inevitable es el de la corrupción del concepto de libertad. Según la filosofía católica, el hombre, a causa de esa primera rebeldía, tiende hacia el mal en principio, pero en virtud de la redención divina puede romper esa atracción y dirigirse hacia el Bien. Ese acto es, de por sí, meritorio por dos razones: se requiere un sacrificio para conseguirlo y te dirige hacia el Bien, que es fin último de todo ser humano. La libertad es, de esta forma, la gracia suprema que nos acerca a Dios (permitiendo al mismo tiempo nuestro entero y voluntario alejamiento de Él, que nos ha librado del mal gracias a su redención).

En cambio, según la doctrina ingenuista, el hombre es perfectamente capaz de liberarse del mal por sí solo, de redimirse sin necesidad de Dios, que queda relegado a un plano de inanición ridiculo y contradictorio; al igual que el hombre, que también cae en la contradicción al afirmar que puede deshacerse del mal (social o institucional, nunca personal) que no pudo impedir en su momento. Por añadidura, asevera que el hombre no tiene tendencia alguna hacia el mal dentro de sí, se encuentra en el punto medio entre el Bien y el mal y puede elegir, sin ningún esfuerzo, cualquiera de las dos. En este punto la libertad pierde su valor intrínseco y se convierte en una mera herramienta que dependerá del uso que se le dé, por lo que, llegado el caso, puede convertirse en algo proscrito, de la misma manera que ciertas herramientas están prohibidas atendiendo a diversas circunstancias.

Pero ¿cómo es esto posible? Muy sencillo. El hombre, al ser bueno por naturaleza y no tener rastro de mal, no tiene, en sí mismo, nada que le lleve a portarse mal. En el hipotético fiel de la balanza, un hombre que no esté contaminado por el mal exterior siempre elegirá el Bien frente al mal, por lo que la moral, ese conjunto de normas de comportamiento pensadas para conducir al ser humano al camino bueno y recto, no tiene sentido alguno. No es necesaria y se obvian tanto sus límites externos (lo que alguien puede hacer con la sociedad) como internos (lo que la sociedad puede hacer con ese alguien). Esta rotura de los límites morales en el comportamiento individual es lo que los ingenuistas liberales han tomado por bandera y lo han llamado, erróneamente, libertad.

Tanto el Liberalismo como el Marxismo comparten estos presupuestos filosóficos, y cada uno de ellos se desarrolla, con sus peculiaridades, partiendo de aquí.

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