miércoles, 2 de noviembre de 2011

"¡No me toques los círculos!" y otras curiosas últimas palabras (y II)

Continuando con nuestra recopilación de últimas palabras curiosas que dejamos aquí, abandonamos el buen humor ante la muerte para acercarnos a palabras más profundas, como las de Menéndez Pelayo, ese gran ensayista, historiador, escritor y muchas más cosas que, al morir, se lamentó así:

"¡Qué pena morir, cuando me queda tanto por leer!"

O la tierna respuesta que le dio Alexander Graham Bell, co-inventor del teléfono,  a su esposa cuando, ya en el lecho de muerte, ésta le dijo "No me dejes", y él, en lenguaje de señas, pues ella era sorda, le respondió:
"No"


Menos escueto fue el matemático Évariste Galois, un joven republicano francés muy aficionado a los líos de faldas que murió en un duelo frente al mejor espadachín del ejército francés. La noche anterior debió de olerse el final, puesto que escribió un montón de cartas y terminó su trabajo matemático. Ya en la cama del hospital y cerca de su última hora, le dijo a su hermano:

"No llores, necesito de todo mi coraje para morir a los veinte años"
Más desesperada sonó Isabel I de Inglaterra, última de los Tudor y terrible enemigo de España, cuando exclamó: 

"¡Todas mis posesiones por un momento de tiempo!"
Miguel Servet no habría estado muy de acuerdo con la reina virgen. El español negó la Trinidad y fue quemado por los calvinistas pero, no contento con eso, lanzó desde la hoguera un aviso a sus ejecutores:

"Arderé, pero eso no es sino un hecho. Seguiremos discutiendo en la eternidad".

Con razón se decía que España era pueblo de teólogos y soldados, algo de ambos tenía Servet, pese a su herejía. Pero para aviso desde la ultratumba la condena que lanzó Jacques de Molay, Maestre del Temple, cuando murió en la hoguera injustamente acusado por el rey Felipe IV de Francia y el pusilánime Papa Clemente V. No dudó en anunciar a su rey a su pastor espiritual:

"Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada, ¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!... A ti, Clemente, antes de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año...".

¿Y sabéis lo más curioso? Que los plazos se cumplieron.

Más tranquilidad de espíritu (y humildad) tenía María Antonieta que, al subir al cadalso para su ejecución, canosa debido a la muerte de su marido, el rey, y pálida por los hijos que dejaba, se tropezó accidentalmente con el pie del verdugo, y simplemente dijo:

"Perdóneme, señor".

Otro rey, Amadeo I de Saboya, provocó que el General Prim, presidente de España que había luchado contra viento y marea para traerle al trono de España y había recibido un tiro en un atentado anarquista y agonizaba en la cama, al enterarse de su llegada exclamase:

"El rey ha llegado, y yo me muero".

Amadeo no duraría mucho en el trono sin el apoyo de Prim, sobreviniendo el desastre de la I República española.
Sin embargo no han habido palabras más llenas de tranquilidad y paz que las que pronunció el Papa Juan Pablo II al término de su larga agonía:

"Dejadme ir a la Casa del Padre"

Pero para acabar esta recopilación he querido quedarme con las últimas palabras atribuídas al periodista e ideólogo Ramiro de Maeztu, cuando fue llevado por un pelotón anarquista al cementerio de Aravaca. El gran defensor de la Hispanidad demostró su altura moral y virtud al dirigir, ya atado y encañonado por sus asesinos, esta última exhortación:

"Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero: ¡Porque vuestros hijos sean mejores que vosotros!"

Esperemos que su sacrificio no fuese en vano.



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